Los museos no tienen fronteras,
tienen una red

Clémence Aycard

Asistente de galería y comisaria adjunta, Glasgow

Palabras clave: carta, sector museístico, bienestar, empleo precario

Hace unos meses asistí a una conferencia sobre museos. Tras una presentación acerca del bienestar en el sector, hice una pregunta a los miembros del panel y a los asistentes a la conferencia sobre cómo hablamos del sector a la gente de fuera del sector.

¿Cómo hablan ustedes sobre el mundo de los museos a su familia, a sus amigos, a desconocidos?

¿Cómo hablan ustedes sobre el mundo de los museos a las personas que sueñan con trabajar en él?

Lo pregunté porque, verán, últimamente me resulta cada vez más difícil mantener este tipo de conversaciones.

En un mundo de recesión económica, de turbulencias políticas, donde la presión sobre los museos no deja de aumentar debido a las exigencias gubernamentales, a las expectativas de los visitantes y a la reducción de la financiación, cada vez me resulta más difícil mantener una actitud positiva, tanto conmigo misma, como con mis colegas o con personas ajenas al sector.

Las respuestas que obtuve de los presentes en la sala no respondieron a mi pregunta. La ponente de la presentación sobre el bienestar me informó amablemente de que este sector tiene menos empleados que una famosa cadena de comida rápida. Dado que no es un sector prioritario en la agenda política y económica, es normal que nos enfrentemos a dificultades. Los demás trabajadores de otros sectores también se enfrentan a problemas, pero al menos yo tengo la suerte de trabajar por lo que me apasiona. Dicho así, parece que tendría que estar conforme y callarme.

El resto de los asistentes fueron más comprensivos. Los colegas que trabajaban en museos expresaron su solidaridad y comprensión por mis preocupaciones y me contaron cómo ellos encontraban consuelo en nuestra red profesional y en el apoyo entre compañeros. Me animaron a seguir presentándome a ofertas de trabajo porque es un sector que tiene muchos talentos y el mío acabaría despuntando.

Por muy amables y bienintencionadas que fueran algunas de estas respuestas, ninguna de ellas respondía realmente a mi pregunta. Al contrario, todas la eludían cautelosamente.

Así que voy a repetirlo y les voy a pedir que respondan con sinceridad, no a mí, sino a ustedes mismos.

¿Cómo hablan ustedes sobre el mundo de los museos?

Verán, las respuestas que recibí me hicieron sentir como si hubiera ofendido personalmente a todos los presentes al señalar las dificultades del sector. Nos gusta hablar de mejorar el bienestar, de crear proyectos fantásticos para mejorar la representación, la inclusividad y la accesibilidad, o de reducir nuestra huella de carbono, pero encontramos una sólida reticencia a la hora de enfrentarnos a una verdad tan evidente.

La ponente tenía razón en una cosa. Tengo la suerte de trabajar en un sector que me apasiona muchísimo. Trabajar en museos es una verdadera vocación. Lo hacemos porque creemos en ello. Lo hacemos porque vemos la belleza en el cuidado de los objetos. Lo hacemos porque creemos que de verdad podemos cambiar la vida de las personas: derribando barreras sociales, haciendo que todo el mundo se sienta bien recibido, aportando al mundo belleza, conocimientos y armonía. Lo hacemos porque queremos explorar el pasado y soñar con el futuro. Lo hacemos porque nos encanta.

Es precisamente por lo mucho que me gustan los museos por lo que me preocupa nuestra forma de hablar de ellos.

Tengo la suerte de trabajar en un sector que realmente me apasiona. Pero, como señaló una amiga mía con mucho acierto, la pasión no paga el alquiler. La pasión es lo que me lleva a rellenar una y otra vez larguísimos formularios para solicitar puestos de trabajo, en su mayoría contratos temporales de menos de dos años, que apenas superan el salario mínimo por un puesto a tiempo parcial, y que tienen una lista de responsabilidades que, si se asignaran a tres personas a tiempo completo, seguramente no tuvieran tiempo de aburrirse. La pasión es lo que hace que me levante por las mañanas para ir a trabajar a una organización que, debido a la cantidad de recortes económicos que sufre, los departamentos, ya de por sí escasos de personal, están reduciendo plantilla, hay proyectos que nunca verán la luz y las oportunidades de desarrollo profesional son fantasías. La pasión es lo que anima a los trabajadores de los museos a apoyarse mutuamente con un cariño y con un espíritu comunitario de verdad, pero que también les hará luchar aguerridamente y sin tregua por financiación, por la atención del público y por cualquier empleo (a tiempo parcial, mal pagado y con mucha presión), a razón de 100 candidatos por cada oportunidad laboral que surge milagrosamente. La pasión es la razón por la que la gente abandona el sector: porque querer algo no significa que no pueda hacerte daño.

Trabajar en museos es duro. Nos faltan fondos, personal y reconocimiento. La mayoría de la gente no tiene ni idea de lo que implica nuestro trabajo, pero los visitantes o los representantes políticos estarán encantados de decirles que lo están haciendo mal. Los salarios son bajos, los empleos escasos y los contratos lamentables. Para los nuevos profesionales resulta desolador ver que las perspectivas laborales son nefastas. La experiencia se valora más que los costosos títulos académicos y, sin embargo, a menos que podamos permitirnos trabajar de voluntarios durante años, a la mayoría de nosotros nos resultará difícil adquirir suficiente experiencia. A diario se desperdician talentos increíbles porque no tenemos suficientes oportunidades para permitir que prosperen. Es demasiado habitual ver que estamos o poco o demasiado cualificados. Y no creo equivocarme al afirmar que todos estamos cansados.

Trabajar en museos es duro. Y creo que es esencial que empecemos a hablar de ello con honestidad.

No es un insulto al sector reconocer sus deficiencias. No espero que haciéndolo podamos solucionarlas por arte de magia. Pero sí significa que podremos crear una red de apoyo aún mejor. ¿Cómo podemos imaginar los museos del futuro si no somos capaces de hablar de la situación real de los museos en el presente? ¿Cómo podemos soñar con un mundo más igualitario, accesible y lleno de amor, si cerramos la boca a aquellos de entre nosotros que expresen temor por el lugar que ocupan en él?

Adoro los museos, de corazón. No puedo imaginar otra carrera. Pero eso no me impide preguntarme con cierta frecuencia si cuando elegí convertir mi pasión en mi plan de vida, cometí un error gigantesco. No me quita el estrés, ni el miedo, ni, a veces, hasta las lágrimas.

El hecho es que ser abierta y sincera sobre la situación del sector no es un insulto a los museos.

Mentir al respecto sí lo es. Los problemas no se resuelven ignorándolos. No ayudamos a las personas a sentirse mejor cerrándoles la boca. No hacemos desaparecer esa verdad tan evidente fingiendo que no existe.

Nuestra negativa común a afrontar la realidad es el verdadero insulto al sector.

Es, en todo caso, un insulto a mi pasión.