Udo Gößwald
director del Museo Neukölln de Berlín desde 1985 hasta 2021 y presidente de ICOM Europa desde 2005 hasta 2010
Los museos no tienen fronteras,
tienen una red
junio 29, 2022
Palabras clave: relatos, memoria, experiencia, valores, responsabilidad global.
Los diversos flujos migratorios derivados de las guerras exigen un alto grado de adaptabilidad en las sociedades de acogida. Por ello, comprender la cultura del otro en épocas pasadas y actuales se ha convertido en una tarea clave para el mantenimiento de la paz en las sociedades modernas. Los museos pueden abordar estas cuestiones culturales y multiculturales proporcionando un espacio para compartir relatos variados e intergeneracionales sobre las experiencias pasadas y presentes de las personas.
La energía del relato
La exposición titulada “El museo de la vida. Cultura de la memoria privada de Neukölln”, comisariada por mí en 2021 en el Museo Neukölln de Berlín, abordaba la dinámica y la energía del relato como forma de entender al otro. Al igual que en proyectos anteriores, como la exposición “The Magic of Reading” (La magia de la lectura), en la que los participantes aportaban y reflexionaban sobre sus libros favoritos, en esta ocasión el museo invitó a los miembros de la comunidad a compartir sus experiencias, participando así en la construcción de la exposición, como comisarios colaboradores. El proyecto de “El Museo de la Vida” contó con la colaboración de familiares y amigos de habitantes de Neukölln ya fallecidos, que aportaron objetos y documentos que les habían pertenecido en vida, compartiendo así episodios de sus vidas que eran personales, pero también relevantes socialmente. Durante las largas entrevistas reflexionaron sobre el significado de esos episodios e intentaron determinar su valor tanto para ellos como para el conjunto de la sociedad. Los recuerdos privados se hicieron así públicos a través de las grabaciones de audio de la exposición. Estas historias eran personales, pero reflejaban las emociones universales que uno experimenta en respuesta al trauma, la tristeza, la amistad, los sueños, la violencia, la guerra y la persecución.
Rastros perdidos
Uno de los objetos de la exposición es una caja de hojalata bellamente decorada que Tineke Beiler-Pannekoek, de Utrecht (Países Bajos), encontró tras la muerte de su padre. Se trata de un ejemplo sobre cómo abordar una historia personal y el trauma que se experimenta como consecuencia de una guerra. La caja de hojalata resultó ser la clave de la vida del padre de Tineke. Su diario, sus cartas y diversos documentos aportaban pruebas de su estancia en Neukölln, Berlín, durante la Segunda Guerra Mundial. Como muchos jóvenes holandeses de la época, Pieter Pannekoek fue obligado a trabajar en una fábrica alemana durante casi dos años. Su hija reconstruyó los detalles de aquella época, una experiencia traumática de la que él nunca había hablado. Su intensa devoción por desentrañar la historia de su padre y compartirla con su familia es un testimonio del afecto que sentía por él. Al compartir la experiencia de su padre con el museo y la comunidad de Neukölln, no sólo rindió homenaje a su padre, sino que también informó a los estudiantes más jóvenes sobre las penurias que tuvieron que soportar las generaciones anteriores.
Cofre del tesoro. © Museum Neukölln/Cordia Schlegelmilch
La casa de sus sueños
Cuando Petra Pluschke murió a la edad de 69 años, su hermano tardó en superar su dolor. Decidió deshacerse de muchas de sus pertenencias, pero, al descubrir el proyecto de “El Museo de la Vida”, decidió compartir con la comunidad los objetos que le quedaban de ella y sus historias. Lo más destacable era un menú que había confeccionado para un restaurante que ella había abierto en Fiyi, unas conchas preciosas de Nautilus y un plano de la casa de sus sueños. En la exposición se mostró también un carrete de película en Super 8 en la que aparecían Petra y su hermano en la playa de los mares del Sur, sellos de cartas que había escrito a su hermano, y su diario. Procedente de una familia de pequeños comerciantes del centro de Neukölln, la historia de Petra y sus objetos ilustran la trayectoria individual de una mujer de los años 70 que luchó con decisión y sin concesiones por cumplir sus sueños.
Álbum, diario y conchas. © Museum Neukölln/Cordia Schlegelmilch
Una cuestión de honor
Yusef tenía 16 años cuando murió en las calles de Berlín. Cuando uno de sus amigos fue agredido físicamente por un hombre durante una pelea después de un partido de fútbol, él y sus amigos se reunieron frente a la casa del agresor en busca de venganza. Yusef tomó la iniciativa con la intención de negociar y calmar la situación. Pero se produjo una reyerta durante la cual el agresor lo apuñaló hasta la muerte, supuestamente en defensa propia. La madre de Yusef, una conocida trabajadora social de la comunidad, que procedía de una familia palestina, quedó impactada por la insuficiencia de las investigaciones policiales. Para la exposición “El Museo de la Vida” donó el gran oso de peluche blanco de Yusef, como símbolo de su inocencia y su actitud amistosa hacia los demás, algunos objetos personales y un certificado que acredita su compromiso social en el club juvenil local. Para la familia de Yusef y la comunidad árabe, la exposición de estos objetos en el museo local era una señal de respeto y reconocimiento de la historia de Yusef y de la tragedia de su muerte.
Oso de peluche de Yusef © Museum Neukölln/Cordia Schlegelmilch
Una amistad de la infancia
Cuando Elisabeth (Betzi) Rosenthal llegó a la escuela en 1933, era la única niña judía de su clase. Nadie quería jugar con ella, excepto Käthe Krause, que era dos años mayor. Así comenzó una amistad para toda la vida. Cuando, en 1938, Betzi y su madre se vieron obligadas a abandonar la Alemania nazi, dejaron una silla infantil blanca a la familia de Käthe, la familia que les había dado cobijo. Se convirtió en el recuerdo de un estrecho vínculo entre ambas familias durante generaciones. Elisabeth llegó a ser profesora y traductora en Gran Bretaña y, después de la guerra, regresaba con frecuencia a Alemania. No tuvo hijos, pero se sentía muy unida a la familia de Käthe. Sabía que en esa casa siempre había un lugar para ella, algo que la silla simboliza, y que ella permanecería en sus corazones tras su muerte. Juntos cultivaron valores de respeto mutuo, compasión y apertura hacia los forasteros, algo que también se transmitieron a la siguiente generación.
Silla para niños. © Museum Neukölln/Cordia Schlegelmilch
Al tratar con objetos y relatos que transmiten valores específicos y constituyen testimonios directamente vinculados a la comunidad local, los visitantes aprenden a valorar las diferentes perspectivas y a reconocerse en las historias de los demás. Esta forma de empatía y aceptación mutua es el requisito previo para examinar y remodelar continuamente la propia identidad. El museo debe ser un lugar en el que los visitantes puedan encontrar el significado de los objetos cotidianos y sus historias, lo que les permitirá, en última instancia, desarrollar una relación constructiva y activa con la vida. Al animar a las personas a hacerse responsables de mejorar la convivencia, los museos pueden convertirse en “escaparate de la democracia”. Los museos cumplen su responsabilidad social cuando son considerados lugares que manifiestan la comprensión de la dignidad inherente a la naturaleza y a los seres humanos, a su historia y a sus logros.
Referencias y recursos
Gößwald, U. (Ed.) 2021. Das Museum des Lebens. Berlín: Private Erinnerungskultur aus Neukölln.
Gößwald, U. 2011. Die Erbschaft der Dinge. Graz: Nausner & Nausner.
Kottler, J. 2015. Stories We’ve Heard, Stories We’ve Told: Life-changing Narratives in Therapy and Everyday Life. Owford: Oxford University Press.
Más información sobre la exposición (VO en alemán):
1ª parte:
2ª parte:
3ª parte: