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Esculturas de fibra vegetal
Estatuas de pasta de maíz. Según los cronistas, los indígenas desarrollaron la técnica original de las figuras de pasta de maíz en Michoacán. Hubo también manufacturas en Xochimilco y otros lugares del centro del país, desde donde se distribuían al resto de México, llegando a España y, posiblemente, a otros lugares de América. Se hicieron durante toda la época virreinal, en los siglos XVI, XVII y XVIII. Hubo escultores de renombre entre los que destacan los diversos miembros de la familia De La Cerda. Se destinaban al culto, generalmente en iglesias, conventos, capillas y otros recintos religiosos donde todavía continúan en uso. Hoy también forman parte de colecciones particulares y de museos. Sus tamaños son muy variados y oscilan entre 25 o 30 cm hasta más de 2 m de altura. Las piezas más habituales son las de Cristo en los distintos momentos de la Pasión, sobre todo la Crucifixión. Además de Cristo en la cruz son también frecuentes las imágenes de la Virgen, en sus distintas advocaciones. Existen, aunque en menor grado, imágenes de santos. Las figuras de Jesucristo suelen acentuar el dramatismo de los Cristos barrocos, reforzando la imagen doliente: aparecen sangrantes, con las heridas cuidadosamente dibujadas, con la piel levantada en algunas partes, como en las rodillas, dejando en algunas ocasiones ver un hueso. Son livianas debido a su construcción: un armazón de varas cubierto de pasta, con huecos en el interior. El armazón se hacía con tubos de papel o trozos de maderas ligeras como el colorín o el pino. La pasta se hacía con la pulpa de la caña aglutinada con un adhesivo, y con ella se modelaban los rasgos de la figura. Caracterizan a estas obras su escaso peso, lo que permite distinguirlas de las esculturas de madera, así como su porosidad y su fragilidad.